viernes, 7 de junio de 2019


EL ORIGEN DEL HUMANO

Parte II

Un día, seguramente antes de anotarse el génesis en alguna tablilla o roca solida, alguien comió una fruta y tiro la semilla. Una vez, otra… hasta que broto un árbol que daba aquella fruta en ese lugar. Ahí el humano se convirtió en Creador. No solo del lenguaje y de la necesidad de agradecerle a la Naturaleza por lo que brinda, sino creador de su espacio, tiempo y mundo. Entonces no teníamos distracciones como hoy, en nuestras “cajas felices” (apología al “Mundo Feliz de Aldous Huxley), teníamos nuestras almas y corazones para seguir las ambiciones y el diario vivir del trabajo artesanal, nuestras creaciones, y por supuesto, nuestros estómagos y espaldas.

Cuanto más comida, sabiduría y fe hubiera, más tiempo teníamos para la creatividad, un espacio para detenerse un momento y contemplar. Entonces había tiempo para eso. Las personas no huían, no se hastiaban unas de otras, sino de lo contrario, se buscaban para enriquecer sus vivencias y poner leña y cosas más inflamables al fuego de la imaginación.

“La libertad, igualdad y fraternidad eran las reglas vividas y cumplidas día a día sin una sola ley escrita” – describió Engels en “El origen de la familia, propiedad privada y el estado”, citando a un investigador, cuyo nombre lamentablemente no recuerdo, pues leí el libro hace ya casi veinte años. Aquel investigador fue a convivir con la tribu de los iroqueses, indígenas norteamericanos, gente que, en mi opinión, llego hasta la cúspide de la comunidad humana. Así se supone que deberían ser las cosas con nosotros, utilizando nuestra inteligencia, con seguridad y humildad, ya que si no valorabas las cosas correctas – aquellas, las inmateriales que se intuyen y se perciben – te podías dar por muerto. Así es como vivimos hoy – muertos y estériles, acostumbrados al pantano de la distracción y la quietud del no estimulo y cero esfuerzo, ya que podemos darnos el lujo de vegetar como gusanos en un cadáver. ¿Era eso lo que queríamos?

Al pasar el tiempo (recurso valiosísimo que nunca desperdiciábamos intencionalmente) la comodidad dio paso al olvido – el peor enemigo del humano. Jesús hizo un heroico intento de hacer que entráramos en conciencia, no en razón material, sino asomarnos a la idea de  él para que vivamos. Ya no teníamos la urgencia de de dedicar toda o gran parte de nuestra energía a abastecernos de alimento, o tener crías por cantidad, para poder distraer a los depredadores mientras la cría mas sana y avispada se salve. Ya teníamos las comodidades, y el ocio creativo, solo que este último fue dejando de ser creativo para convertirse en la actividad de buscar placer más que provecho (y no, no estoy siendo utilitarista), y para buscar distracción más que creación. La energía creadora del ser humano si no se materializa en una obra, o acción constructiva (o hasta destructiva también), se descompone como fruta sin comer  en un plato, o un cadáver, y todos aquellos humanos sensibles conocemos este hedor, la pestilencia del aburrimiento, el sinsentido y el desperdicio.

La hora de los paroxismos hoy esta más cerca que nunca.


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